Política e Identidad

¿Cómo puede ser que una especie de animales, pongamos por caso los lobos, coexista sin problemas entre ella, y nosotros, los seres humanos, seamos incapaces de hacerlo?

Luis Demano (ilustrador)
Ilustración: Luis Demano
Política e Identidad

Tribus, imperios, monarquías, dictaduras, democracias... de todas las formas y de todos los colores. Miles de años de historia política, antropológica y cultural; y todavía no ha existido un sólo “sistema” político que ofrezca una solución al problema. ¿Qué problema? Por lo visto, el problema de coexistir pacíficamente y en sociedad.

Dicen grandes pensadores, de variadas etnias y distintas épocas, que el ser humano es un ser sociable por naturaleza, que tiende a la agrupación entre los de su especie. Aceptaremos dicha afirmación como válida, pues, al fin y al cabo, llevamos agrupándonos desde hace casi 200.000 años; igual que muchas otras especies de animales.

¿Cómo puede ser, entonces, que una especie de animales, pongamos por caso los lobos, coexista sin problemas entre ella, y nosotros, los seres humanos, seamos incapaces de hacerlo?

Por razones obvias, esta es una comparación harto sencilla –nosotros tenemos inteligencia, auto-conciencia, sentimientos y hasta alma, si hacemos caso de las miles de religiones que así lo afirman–  pero no por ello menos acertada. Somos seres sociables por naturaleza, incapaces de habitar pacíficamente en sociedad.

Y con pacíficamente, no me refiero en el aspecto espiritual, pues, como bien decía Heráclito, la guerra, el conflicto (Pólemos) es el padre de todas las cosas; sino en el aspecto físico, el conflicto armado (véase Siria actualmente).

Ahora bien, volviendo a la pregunta anterior, ¿a qué se debe esta paradoja del ser sociable antisocial, esta contradicción tan poco kierkegaardiana? Sencillamente, a que no hemos sabido distinguir lo que pertenece al mundo de la razón de lo que pertenece al mundo de lo espiritual. Esto es, lo que es en sí consustancial a la política y lo que se ha considerado parte de ella sin serlo: la Identidad, lo identitario.

La política debería ser, únicamente, una herramienta para asegurar el bienestar social de todos los miembros (ciudadanos, habitantes, etc.) de una misma comunidad (o imperio, país, pueblo, etc.); esto es, comida, casa y trabajo. Tres instancias que permiten la evolución espiritual (cultural, moral, intelectual, etc.) de una persona sin verse esta truncada.

La Identidad, pues, es aquello que nos constituye, por una parte, como seres humanos, y por otra, como miembros (a falta de un término más acertado) de una comunidad en tanto que tengamos una ideología moral, cultural y religiosa comunes con dicha comunidad.

Pero, ¿cómo funcionará esta separación entre política e identidad? ¿cómo habrá una identidad aquí y otra allá, o la misma en ambos lugares, sin un sistema político que las rija y regule?

Parecen cuestiones enormemente peliagudas y complejas, y, a pesar de ello, no lo son tanto, al menos a mi entender.

La respuesta a esos “cómos” es la siguiente: existiendo y viviendo en naturaleza, al igual que hacen los animales. Es decir, de la misma forma que animales y plantas han evolucionado por mutaciones azarosas y se han adaptado al medio para sobrevivir y mejorar físicamente, así nosotros deberíamos actuar para con nuestra identidad, para con lo que nos constituye como lo que somos. No regirla, ni votarla, ni dominarla o esclavizarla, sino sencillamente dejar que exista y ella misma “mute”, como lo hacen nuestros genes, sobreviviendo, no los más fuertes, sino los más aptos.

Una suerte de anarquismo ideológico que conformaría, –partiendo de unos principios básicos universales, de la misma forma que todo ser vivo requiere de unos “componentes” básicos para ser ser vivo y no ser inanimado– la Identidad de cada uno y de cada comunidad.

Un anarquismo ideológico que permitiría el conflicto Heraclíteo entre lo espiritual y lo racional, que permitiría la paz física y la constante guerra interior. Sobre todo, un anarquismo ideológico eximido del ámbito de lo político, que nos permitiría, finalmente, no sólo ser seres sociables sino también sociales.

¿Utópico? Puede ser. ¿Correcto? También puede ser. De ser ambas ciertas, ¿qué será más importante? ¿perseguir algo correcto pero utópico, o perseguir algo realizable pero incorrecto?