Rocío López
23:49
12/02/17

Violencia Escolar o "Bullying"

De igual manera que la amistad entre compañeros trasciende los muros del colegio al completarse fuera del calendario lectivo, la violencia escolar comprende un ámbito de análisis más amplio que el concepto extendido de “violencia en las aulas”, y se refiere a los abusos entre compañeros, sean del tipo que sean y aunque sucedan fuera de la escuela. De hecho, las llamadas a la policía por estos casos se disparan en períodos vacacionales. 

Violencia Escolar o "Bullying"

La violencia infantil, entendida como la que se genera entre menores, suele estar ligada a lo que sucede dentro de los muros de los centros escolares, dado que las relaciones sociales que mantienen los niños tienen origen principalmente como consecuencia de la escolarización. Aunque también se generan grupos infantiles en otros contextos —vecindad, Internet, hijos e hijas de familias amigas de los progenitores, coincidencia de residencia de vacaciones, etc.—, estos suelen ser de carácter amistoso, exceptuando el caso de los enfrentamientos entre bandas callejeras, pues, en caso de producirse enemistades, puede ser más que suficiente intentar no coincidir con esa persona. Así, es en el centro escolar donde menos capacidad de elección tiene el sujeto, dado que las posibilidades quedan limitadas —y obligadas— a los matriculados en cada curso. Es decir, hay menos amigos para elegir y, en caso de haber indeseables, más probabilidad de encontrarnos con ellos, dado que se comparten los mismos metros cuadrados durante muchas horas a la semana. 

En el conjunto global de relaciones interpersonales que se contextualizan en el centro educativo, son de particular importancia las que los propios alumnos establecen entre sí. En psicología social es lo que se llamaría grupo de referencia, al proporcionar “claves simbólicas, que actúan a modo de paradigma con el que comparar el propio comportamiento”. Durante los años de escolaridad primaria los chicos y chicas practican la dialéctica de sus conflictos: la igualdad de derechos y deberes, la libertad de expresarse y de justificar sus razonamientos, etc. Se convierte en una ley universal, pero no exenta de cierta carga de utopía, dado que no todos alcanzan a interiorizarla.   Uno de los modelos que se aprenden en el ámbito de los iguales es el esquema dominio-sumisión. Se trata de un matiz de poder y control interpersonal que se practica inserto en el proceso natural de socialización: la persona dominada estaría a expensas de que un compañero o compañera que se sienta más fuerte o con mayor habilidad pueda someterla en el fragor de un tipo de relación que incluye, en alguna medida, el poder social y el control de una personalidad por parte de otra.  

Entendemos por violencia los comportamientos de agresividad gratuita y cruel. El uso deshonesto, prepotente y oportunista de poder sobre una víctima, a la que se denigra y daña. 

El poder goza de una gran fascinación para niños y adolescentes, que de forma natural tienden a imitar con más frecuencia los modelos que consideran más poderosos, competentes e importantes. Por ello es necesario superar a toda costa los estereotipos que llevan a asociar el poder sobre los demás con la violencia. 

Pero ¿por qué brota la violencia entre los iguales dentro del grupo de compañeros, el maltrato, la intimidación, el abuso, de forma relativamente impune y resistente al cambio? El fenómeno de la violencia en el ámbito de la convivencia entre escolares trasciende el hecho aislado y esporádico para convertirse en un problema de gran relevancia. La violencia escolar es un problema que nos afecta a todos y contra el que todos debemos luchar.  

Como decimos, más allá del contexto cultural o social, existe violencia cuando un individuo impone su fuerza, su poder o su estatus en contra de otro, de forma que lo daña, lo maltrata o abusa de él física o psicológicamente, directa o indirectamente6.

El chico o chica que empieza a tener relaciones de prepotencia y excesivo dominio, sobre todo si esto va acompañado de alguien que acepte la sumisión, hemos de considerar que está activando un indicador de que van a aparecer seguramente inmediatos problemas de violencia o maltrato escolar. El rígido esquema de dominio-sumisión se caracteriza porque en él una persona es dominante y otra es dominada, una controla y otra es controlada, una ejerce el poder abusivo y la otra debe someterse. Se trata de una relación de prepotencia que termina conduciendo, en poco tiempo, a una relación de violencia; estaríamos ante un tipo de vinculación social claramente dañina que podemos denominar maltrato. Según Olweus, podemos entender el maltrato entre iguales como “un comportamiento prolongado de insulto verbal, rechazo social, intimidación psicológica y/o agresividad física de unos niños hacia otros que se convierten, de esta forma, en víctimas de sus compañeros”. 

La escuela es uno de los contextos donde los menores pasan gran parte de su tiempo y donde surgen, en ocasiones, comportamientos de tipo violento. El chico o la chica violentos utilizan tanto conductas violentas manifiestas —físicas, en forma de golpes, o verbales: insultos o motes—, como conductas violentas relacionales a través de la exclusión social, la difusión de rumores u otros actos como impedir la inclusión de la víctima en un grupo.

Un estudio publicado en The Lancet Psychiatry sobre la violencia física, verbal o psicológica entre menores "bullying" en inglés, según la propuesta de Olweus en 1978 concluye que las víctimas de este tipo de agresión son más susceptibles de padecer en el futuro problemas de salud mental, en especial de ansiedad, aunque también depresión, tendencia a autolesionarse o a tener ideas suicidas. Rosario Ortega, vicepresidenta del Observatorio Internacional de la Violencia Escolar, explica que sufrir este tipo de violencia “supone un desequilibrio y un desgaste de la personalidad del sujeto de forma muy fuerte”. Sus consecuencias se agravan exponencialmente si se prolonga en el tiempo, pues acaba destruyendo “factores relevantísimos de la personalidad del sujeto”.  Para la víctima, chico o chica, puede resultar terrorífico ser objeto de abuso, porque supone un daño físico, psicológico o ambos que le provoca la Ahora bien, en alguna medida los chicos que son cruel e injustificadamente agresivos también deben ser considerados víctimas del proceso, además de quienes son objeto de la crueldad y violencia de estos. El País recogía recientemente la siguiente noticia sobre un caso acaecido en Madrid: “El acosador de la niña que se suicidó: O me das 50 euros o voy a pegarte’”  Se trata de un acosador respaldado por los abusos un grupo de unos cuatro o cinco alumnos más. Le mandaron varios mensajes con palabras tales como zorra, guarra, puta, repitiendo estas palabras una y otra vez. También le llamaban desde números ocultos, relataba este diario. Pues bien, en el sentido que indicábamos, el añadido final es el que resulta significativo: “varios profesores señalaron que el acosador también era una víctima, un chico con malas calificaciones, y una situación familiar muy complicada”. 

Y, en tercera instancia, lo sufren asimismo de manera indirecta quienes, sin verse involucrados como autores o receptores, se convierten involuntariamente en observadores, obligados por las circunstancias a habitar en espacios sociales impregnados de violencia. Este último grupo, mayormente desatendido por la menor evidencia de su sufrimiento, alberga potenciales maltratadores que se han ido acostumbrando a este tipo de ambiente, viviendo con miedo continuo y normalizando estas conductas. Pero también pueden incluso llegar a desarrollar, en sentido inverso, un perfil débil como futuros maltratados. En el primer sentido, aunque con mucho menor peso, también minan la sensibilidad muchas series de televisión, especialmente cuanto más realistas y cercanas resultan al espectador. Y es que, real o ficticia, el efecto indirecto en la habituación a ciertas actitudes tiene como consecuencia la normalización de prácticas abusivas —primero en la mente— y la elevación del umbral de lo que es agresión y lo que no, lo que es admisible, etc.   ¿Son los niveles de violencia de nuestras instituciones alarmantes? Lo son como para que nos preocupemos por intentar comprender sus causas y valorar sus consecuencias, especialmente porque, si sigue la tendencia que observamos, es de esperar que los problemas se agraven aún más. Sabemos que las condiciones sociales y educativas hacen los comportamientos humanos posibles y la violencia escolar no es un hecho aislado que pueda entenderse y tratarse sin el conocimiento de unos parámetros básicos que ayuden a enmarcar el problema en su dimensión individual y social (familia, escuela y medios de comunicación). Por su parte, las instituciones escolares asumen unos principios y valores que se fundamentan en normas legales y que expresarán a través de su planificación y, sobre todo, en su acción. De poco serviría un discurso teórico pedagógico si las leyes educativas no contemplaran la necesidad de actuación en los centros escolares14. Pues bien, en la actualidad la Ley Orgánica 8/2013, de 9 de diciembre, para la mejora de la calidad educativa (LOMCE), continuando la senda marcada por la Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de Educación (LOE), entre los principios y fines de la educación, manifiesta, entre otros, los siguientes

En resumen, y a la vista de los ejemplos aportados, el acoso escolar puede ser entendido como el maltrato psicológico, verbal o físico sufrido por un alumno o alumna en el ámbito escolar, motivado por factores personales (físicos, psicológicos, de orientación o identidad sexual) o colectivos (factores étnicos, religiosos, de pertenencia a un grupo social…), de forma reiterada y a lo largo de un periodo de tiempo determinado. Puede adoptar distintas manifestaciones: la exclusión y marginación social, la agresión verbal, las vejaciones y humillaciones, la agresión física indirecta o directa, la intimidación, las amenazas o el chantaje, entre otras. Ahora bien, es importante no confundir este fenómeno con las agresiones esporádicas que puedan originarse entre el alumnado, que suponen otra tipología de violencia escolar y que, por supuesto, también deben ser atendidas aplicando las medidas educativas que el centro tenga establecidas. 

Las características que podemos considerar definitorias del acoso escolar son las siguientes: 

a)    Intencionalidad. El acosador se expresa en una acción agresiva que genera en la víctima la expectativa de ser blanco de futuros ataques.

b)    Reiteración. Se repite en el tiempo; la agresión producida no constituye un hecho aislado y la victima la sufre de forma continuada.

c)    Desequilibrio de poder. Se produce una desigualdad de poder físico, psicológico o social, que genera un desequilibrio de fuerzas en las relaciones interpersonales de agresores y agredidos.

d)    Indefensión y personalización. El objetivo del maltrato suele ser un solo alumno o alumna, que ve mermadas de esta manera sus posibilidades reales de defenderse o de conseguir sinergia con otra víctima.

e)    Componente colectivo o grupal. En la mayoría de situaciones, no existe un solo agresor o agresora, sino varios, que actúan con frecuencia en grupo, cosa que agrava los dos rasgos anteriores.

f)    Silenciamiento. Las agresiones pueden contar con observadores pasivos, iguales en edad, que se convierten en meros testigos silenciosos. Las situaciones de acoso escolar usualmente son bien conocidas por estas terceras personas, que no suelen contribuir suficientemente a que cese la agresión.  

Invisibilización. Esta situación de invisibilidad suele pasar desapercibida muchas veces para los adultos.